A mí no me gusta volar. Estábamos a punto de cumplir
el primer aterrizaje. Era la medianoche del 30 de diciembre y no se podía ver
nada por la ventana. Hacía sólo dos días la ciudad de Boston acababa de sufrir
una de las peores tormentas de nieve en treinta años. Nuestro vuelo era el
único que recibió permiso para aterrizar esa noche.
Nuestro viaje de vuelta a casa había empezado
dieciocho horas antes, en el aeropuerto de Vail, Colorado. Anteriormente mi
familia siempre había tenido mucha suerte, y nuestros vuelos nunca se habían
atrasado mucho ni habían sido cancelados. Llegamos al aeropuerto cuando faltaba
una hora y media para el primero de los dos vuelos que nos llevarían a Boston. Esa era la rutina anual. Cuando llegó la hora
de subirnos al avión, American Airlines hizo un anuncio en que dijeron “El
vuelo a Dallas saldrá con una hora de retraso, les rogamos disculpar la molestia”.
Para nosotros la demora no era un gran problema porque el corto retraso no iba a
poner en riesgo nuestro llegada a Dallas antes del segundo tramo del viaje.
La hora paso rápidamente, y todos nos
entretuvimos con nuestras propias formas de tecnología. Finalmente estábamos listos
para subirnos al avión. Mientras recogimos nuestras cosas para ir a ponernos en
cola, hicieron otro anuncio: “El vuelo a Dallas saldrá con cuatro horas de
retraso, les rogamos disculpar la molestia”. De repente nos dimos cuenta de a
gravedad de la situación. Ya habíamos
pasado una noche adicional en el hotel ya que todos las aeropuertos en el
noreste estaban cerrados por causa de la nieve en el día original que íbamos a
ir nos. Lo único que nos faltaba era permanecer atrapados en Dallas por no
poder llegar a tiempo al segundo vuelo. La solución era cambiar nuestro
itinerario.
La única manera de llegar a Boston en las próximas
24 horas consistía en partir en el dirección opuesta, a Los Ángeles, y después
tomar un vuelo nocturno a Boston. Un día ya largo, se volvía larguísimo. El
vuelo a Los Ángeles salió sin problemas y aterrizó a tiempo, y posteriormente
nos subimos al avión con destino a Boston. Debo mencionar que a mi no me gusta
mucho volar. Me da ansiedad, especialmente durante días como este en que estoy
volando mucho. Ya habíamos pasado 13 horas de viaje y estábamos todos completamente
agotados. Afortunadamente pude dormirme por un buen rato, y me desperté
faltando sólo una hora. Desafortunadamente, esa hora fue el peor de todo el
vuelo.
Las pantallas del avión indicaban que faltaba
solo media hora de vuelo por llegar al aeropuerto. Pasaron 20 minutos durante los
cuales hubo un poco de turbulencia, y me di cuenta de que el avión estaba dando
vueltas. Nos encontrábamos a la espera de algo, pero no sabíamos qué. Mi
ansiedad empezó a controlar mi cabeza. Sabía que el tiempo estaba horrible, y
que ningún otro avión había aterrizado en Boston desde que la gigantesca tormenta
de nieve había dejado en parálisis toda la región. Cuando comenzamos el descenso el viento
debajo de las nubes era tan fuerte que el avión temblaba sin parar. Pensaba que
el avión caía del cielo y que nos íbamos
a estrellar. Mirando por la ventanilla empecé a llorar. Finalmente divisé la
silueta de la pista. A medida en que nos acercamos el viento se hacía más
intenso, pero pensé que pronto acabaría
la pesadilla. Todavía llorando, lo único que pensaba era que ya pronto, en sólo
unos minutitos, íbamos a encontrarnos sobre tierra. Apenas estábamos listos a
tocar la pista, el piloto anunció que íbamos a despegar otra vez. Se había
abortado el aterrizaje. Pensé que me iba
a dar un ataque cardiaco. Como si no fuera suficiente experimentar esa horrible
turbulencia una vez, tendría que volver
a sufrirla por lo menos una vez mas.
Durante el segundo aterrizaje sujeté la mano
de mi hermana menor con tanta fuerza de que sus dedos se pusieron morados. Cerré
mis ojos, respiré profundamente varias veces, y diez minutos mas tarde – los
diez minutos mas largos de mi vida – aterrizamos sanos y salvos. Todos los
pasajeros en el avión le dieron un aplauso a los pilotos. Yo simplemente estaba
contenta de finalmente haber llegado a Boston.
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