Han
pasado tres años y medio desde mí experiencia en la Escuela de Montaña. Era la
primavera de mi tercer año de la escuela secundaria y tenía 16 años. Yo había
decidido el año anterior que quería irme de mi escuela para tener una
experiencia única, y eso fue exactamente lo que yo hice. La única cosa que yo
sabía antes de llegar a la escuela era que yo iba a vivir en una finca, por
cuatro meses, en el centro de Vermont, sin servicio celular, tomando clases,
sin ningún acceso a televisión, y que iba estar con 45 otros estudiantes que
también iban por el semestre. Aunque yo me había ido a campamento antes (donde
dormí fuera de la casa por siete semanas) durante ocho veranos, jamás me había
ido por cuatro meses.
Yo
estaba con mis padres en el carro, y por las dos primeras horas de viaje me
quedé en silencio. Estaba mirando la vista y pensando sobre la experiencia que
estaba a punto de comenzar. Tan pronto como nos salimos de la carretera mi
corazón se hundió en mi estómago. Mis nervios habían empezado. La calle era muy
pequeña y lo único que podíamos ver eran montañas cubiertas con nieve, porque
era el fin de enero. No había casas, ni edificios, solo pastizales y montañas
llenas de nieve. Mire el termómetro en el carro, y vi que hacían diez grados
afuera. Mis nervios cada momento empeoraron, cuando mis padres me dijeron que
estábamos a diez minutos de la escuela.
Cuando
llegué vi algo que nunca había visto, un campus de 300 acres encerando una
fina, y edificios pequeños. Muchos eran dormitorios parecidos a casas, también
había un comedor, y finalmente un edificio de la escuela con unas salas y una
biblioteca. Lo primero que tuve que hacer era alistar mi cuarto y desempacar
todas mis cosas. Mientras que yo estaba desempacando, llegó mi compañera de
cuarto. En el primer momento en que la conocí ella fue muy simpática. Empecé a
darme cuenta de que todas las niñas en mi dormitorio estaban nerviosas también.
Tan pronto como las nueve de nosotros acabamos de desempacar, nos presentamos y
nos dimos cuenta rápidamente lo mucho que teníamos en común. Desde ese momento
yo sabía que me iba gustar la escuela de montaña, y al fin yo había tomado la decisión
correcta.
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